sábado, 5 de febrero de 2011

Lesbos 2. Molivos


Llevábamos días con un fuerte viento del sur; el ancla aguantaba bien (el viento nos entraba de proa en el amarre) y el swell (¿mar de fondo en castellano?) no nos daba problemas.

Los partes predecían que el viento iba rolar al norte así que decidimos porner proa a Mólivos aprovechando los últimos coletazos de viento sur.

Salimos a las 9 de la mañana (no somos muy madrugadores, de todos es sabido) con 31 millas por delante. El viento no pasaba de 10 nudos, así que decidimos subir el génaker -que este año ha trabajado bastante- e ir a vela.


El viento estuvo juguetón todo el día así que arriamos y subimos el génaker hasta 4 veces -somos cabezotas, y si podemos preferimos ir a vela aunque sea despacio que a motor- y nos salimos con la nuestra ya que hicimos casi todo el trayecto no muy rápido, pero empujados por el viento.

Llegamos al puerto de Mólivos; en el muelle que la pilot indica como el de amarre para los veleros había un par de grandes barcos de pesca y un velerito que no nos dejaban espacio, así que decidimos amarrar justo frente a los restaurantes (¡podíamos pedir una cerveza fría desde la bañera y teníamos que apartar las patas de pulpo puestas a secar para bajar al muelle!)



Teníamos en ese momento un calado de 3.4m; la guardia costera nos vino a pedir los papeles antes de que acabáramos de ordenar los cabos (posiblemente por la proximidad de la costa turca, en Lesbos nos hemos encontrado con un control mucho más estricto de papeles que en otras islas, eso sí, siempre de forma educada y sin más inconvenientes). Nos comentaron que no había problema por haber ocupado ese muelle pero que era más seguro el de enfrente; que a la mañana siguiente quedaría un hueco y mejor nos moviéramos.


Mientras cenábamos se acercó un pescador ya entradito en años que en un inglés chapurreado pero muy correcto (a mi pesar... mejor que el mío sin duda) nos comentó que esa noche el viento rolaba a Norte y que cuando hay cambios bruscos -como era el caso- en el muelle que estábamos íbamos a pasarlo mal porque se formaba mucha mar en el puerto que nos iba a empujar contra la pared con fuerza; nos recomendó abarloarnos a uno de los pesqueros y para allá que nos fuimos dejando la cena a medias (con lo bonito que me había quedado el plato).

La tripulación del pesquero nos dió permiso para abarloar y nos ayudó amablemente (todos árabes trabajando para un armador griego) y dormimos arrullados por el grandullón que nos protegía y daba cobijo.



Por la mañana ocupamos el lugar que dejó libre el velero alemán que habíamos visto al llegar; aquí el calado era de 4'9m y hay puntos de toma de agua y electricidad que están incluidos en el pago del canon habitual (5,5€/d)



Desde nuestro nuevo amarre teníamos que andar un poco más para ir a cualquier sitio, pero la vista de la que disfrutábamos no tenía precio.



El pueblo de Mólivos se encarama en una montaña a los pies de un castillo. Cada momento del día teñía la postal de un color diferente ¡precioso!



Eso sí, para pasear por el pueblo y llegar hasta el castillo, hay que calzarse algo cómodo y estar dispuesto a subir y subir.


El pueblo posiblemente tiene poco de “auténtico” si por auténtico entendemos vida lugareña, está completamente volcado al turismo (todo son puestos de souvenirs) pero no por ello pierde el encanto de las calles cubiertas de parras que les dan sombra, cuestas empedradas, preciosas vistas al mar y como no una increíble puesta de sol.



El castillo (en domingo gratis, el resto de días 2 €) no está muy bien conservado -sinceramente nos gustó más la ciudadela de Mitilini) pero llegar a él es una buena excusa para hacer ejercicio y su visita si bien no es imprescindible, tiene su gracia!



A unos 5 km de Mólivos hay aguas termales... pero nosotros nos conformamos con los paseos al borde del mar, y como habréis imaginado, sin saber cómo nos fueron pasando los días, hasta que llegó Luz y con ella soltamos amarras para seguir descubriendo rincones de esta isla que bien merece una visita sin prisas.


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